Impacto de la Violencia Doméstica en la Infancia



Dentro de hogares marcados por la violencia doméstica, se estima que los niños son testigos de casi dos tercios de los episodios violentos. Es alarmante que alrededor de la mitad de estos niños también sufran maltrato físico. En tales entornos, es más probable que ocurran casos de abuso sexual y emocional.

 

Manifestaciones en la infancia:

 

Presenciar actos violentos entre sus cuidadores provoca un alto grado de perturbación en los niños. Los signos de angustia suelen ser evidentes:

 

- Los más pequeños pueden experimentar ansiedad, quejarse de dolores estomacales o tener episodios de enuresis nocturna. A menudo enfrentan dificultades para dormir, muestran irritabilidad y pueden regresar a comportamientos más típicos de edades más tempranas.

 

- Los adolescentes y preadolescentes suelen exteriorizar su dolor. Es posible que adopten comportamientos agresivos o desafiantes. Pueden recurrir a la violencia como medio de solución, replicando el comportamiento que observan en casa. Además, es posible que incurran en conductas de riesgo como el abandono escolar, consumo de drogas o alcohol.

 

- Las adolescentes tienden a internalizar su angustia. Podrían aislarse, desarrollar trastornos de ansiedad o depresión, y tener una baja autoestima. Estas jóvenes presentan mayor riesgo de trastornos alimentarios o autolesiones.

 

A nivel académico, estos niños suelen enfrentar dificultades, disminuyendo su rendimiento escolar. Es posible que presenten síntomas de trastorno de estrés postraumático, como pesadillas o hipersensibilidad a estímulos.

 

Además, el daño emocional puede ser el resultado de:

- Ser víctimas directas de abuso.

- Observar el abuso hacia otros miembros de la familia.

- Verse forzados a intervenir en conflictos o ser manipulados como herramienta de control.

- Negligencia en su cuidado.

- Aislamiento social debido al estigma asociado con la violencia doméstica.

- Pérdida de un progenitor a causa de la separación, abandono o muerte.

- Cambios drásticos en su estilo de vida debido a huidas o mudanzas forzadas.

 

¿Cuáles son las repercusiones a largo plazo?

 

La exposición a ambientes violentos durante la infancia puede tener consecuencias duraderas. Existe una mayor probabilidad de que estos niños, al crecer, adopten roles de agresor o víctima en sus propias relaciones. A menudo, los niños modelan comportamientos aprendidos en su hogar.

 

Sin embargo, es crucial reconocer que no todos los niños replican estos patrones en su adultez. Muchos rechazan la violencia que han presenciado y trabajan activamente para no replicar los comportamientos de sus progenitores. A pesar de ello, estos individuos aún pueden enfrentar desafíos emocionales, como ansiedad, depresión o dificultades en sus relaciones interpersonales.

 

 


La custodia compartida y sus implicaciones en la violencia de género

 

Experimentar una separación de pareja es un proceso profundamente emotivo y transformador para los involucrados. Es un periodo que, a menudo, revela las dimensiones más complejas y sombrías del ser humano: resentimientos, traiciones y manipulaciones pueden surgir. Este momento destapa las desigualdades que, a menudo, quedan ocultas durante la relación. Muchas mujeres, al reflexionar sobre el tiempo y esfuerzo invertido en cuidar a los demás, reconocen que esto ha sido en detrimento de su desarrollo laboral y bienestar económico. Es en esta fase cuando la mayoría de ellas reconoce la injusta distribución de roles y funciones de género y enfrentan la persistente realidad de una sociedad con raíces machistas.

 

Impacto de experiencias negativas en el desarrollo infantil

 

Las consecuencias negativas de situaciones traumáticas o difíciles en la infancia pueden manifestarse en diversas áreas del desarrollo de un niño, tal como lo señala Wolak (1998). Las áreas afectadas incluyen aspectos físicos, emocionales, cognitivos, conductuales y sociales:

 

Problemas físicos:

- Retraso en el crecimiento.

- Alteraciones en patrones de sueño y alimentación.

- Regresiones en habilidades previamente adquiridas.

- Disminución en habilidades motoras finas y gruesas.

- Manifestaciones psicosomáticas como eczemas o episodios de asma.

- Falta de apetito, llegando en algunos casos a cuadros de anorexia.

 

Problemas emocionales:

- Sentimientos intensos de ansiedad.

- Manifestaciones de ira o enfado.

- Episodios de depresión.

- Tendencia al aislamiento.

- Disminución en la autoestima.

- Síntomas de estrés post-traumático.

 

Problemas cognitivos:

- Retrasos en la adquisición y desarrollo del lenguaje.

- Retrasos generales en el desarrollo cognitivo.

- Bajo rendimiento escolar.

 

Problemas conductuales:

- Comportamientos agresivos.

- Crueldad hacia animales.

- Rabietas intensas y frecuentes.

- Conductas desinhibidas.

- Signos de inmadurez emocional.

- Problemas de comportamiento en la escuela.

- Inclinación hacia conductas delictivas.

- Síndrome de déficit de atención e hiperactividad (TDAH).

- Tendencia al consumo de sustancias (toxodependencias).

 

Problemas sociales:

- Limitadas habilidades para interactuar socialmente.

- Tendencia al retraimiento o introspección.

- Experiencias de rechazo por parte de sus pares.

- Dificultades en demostrar empatía, lo que puede llevar a conductas agresivas o desafiantes hacia otros.

 

Es fundamental que padres, cuidadores y profesionales estén alerta a estos signos y síntomas, para poder brindar el apoyo y tratamiento necesario que permita a los niños y niñas superar estos obstáculos y desarrollarse de manera integral y saludable.

 


 

¿Cómo enfrentar este desafío?

 

La violencia de género es una responsabilidad colectiva, y todos tenemos un papel que desempeñar. Esto significa que cualquier individuo tiene el derecho y la responsabilidad de denunciar la violencia de género, incluso si no es la víctima directa. Este problema trasciende las paredes del hogar; es un reflejo de patrones y normas culturales arraigadas. Contrariamente a la creencia popular de que la violencia de género es un "asunto privado", este fenómeno socava los derechos fundamentales de las mujeres y perpetúa la desigualdad.

 

La violencia que muchos hombres ejercen sobre las mujeres es, en última instancia, un síntoma de la desigualdad de género. Esta desigualdad, en sí misma, es una forma de violencia. Por lo tanto, para abordarla eficazmente, es crucial reconocerla, entenderla y, más importante aún, informar y educar al respecto. Estar informado es el primer paso para poder actuar y generar un cambio.

 

Todos somos parte de la solución. Aceptar esta responsabilidad compartida es vital para garantizar que cualquier persona, independientemente de su relación con la víctima, se sienta empoderada para denunciar y combatir la violencia de género.




@mtcharun

Sesiones y consultas

Dra. María Teresa Charún
Psicóloga Clínica Educativa
Máster en Salud y Bienestar Comunitario
Universidad Autónoma de Barcelona - España

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